Historia vivida, historia contada
Las tardes de la infancia transcurrían serenas. La felicidad era el común denominador hasta aquel 16 de junio del 55.Nuestro padre regresó a casa descompuesto. Su rostro desencajado hizo que mi madre dejara nuestras tareas y se dedicara a atenderlo de inmediato. Regresaba de Buenos Aires. Al salir del subte hacia sus oficinas, había visto el horror de la muerte en Plaza de Mayo. Las bombas habían despedazado a un pueblo. Tomó en ese momento conciencia de lo que es un pueblo bajo la opresión y la tiranía militar.Fue entonces en esa masacre donde dejó parte de su vida. Lo que de ella que daba , la dejaría en la lucha contra la tiranía y la opresión. Era un gobierno elegido por el mandato del pueblo, no se justificaba semejante barbarie. Ya nada fue igual. Nos veíamos de tanto en tanto. El Ejército caía a cualquier hora a requisar nuestra casa. Nada era seguro.La templanza y entrega de nuestra digna madre, permitía mantener el equilibrio de mi hogar. Aún hoy recuerdo el sonido de los camiones al llegar y el desplazamiento de la tropa en la noche. Mi madre abría la puerta con toda serenidad y nos hacía un gesto para que guardáramos silencio; con su mirada nos transmitía paz.Pero el sudor frío de la navaja nos recorría el cuerpo. Sabíamos que nuestro padre estaba en peligro. Y nuestras risas eran cada noche para él.Diciembre del 55 llegó con su perfume de tilos y la cárcel para mi padre.Y tantos compañeros.
Allí pasamos Elsita Abadie y yo Navidad y Año Nuevo. Cada día visitamos en Olmos a papá y llevábamos su almuerzo. Sabíamos lo que para él representaba la cárcel. Por eso lo avalamos con nuestra fuerza y con nuestro amor. Sus ojos claros ya no nos pertenecían. Será que nadie muere un día. Uno muere un poco todos los días. Por Graciela Zanetta Marzo salió en libertad bajo fianza. En Abril, un grupo del ejército lo levantó y lo dejó tendido en una ruta solitaria pensando que no tenía vida. Un camion era solidario que observó lo que pasaba,regresó a buscarlo y lo trajo a casa para recibir los primeros auxilios. No quiso comprometer más aún a la familia. Ya todo el medio familiar estaba amenazado. Su responsabilidad y vocación de servicio por sus ideales,hacía que lo amásemos y admirásemos. Más allá de los egoísmos infantiles de querer retenerlo para nosotras siempre nos hizo comprender que alguien tenía que jugarse por los nobles ideales de la patria.En Mayo nos encontramos en casa de la abuela. Su madre había preparado la casa con todo amor, como si el tenerla en casa fuera una fiesta. Al atardecer y antes de despedirnos, tomó mi mano, me dijo:- Graciela, voy a partir, no hay regreso, debes estar preparada, porque nunca te mentí (sabía que no le gustaba que llorará.
Cuando tocó mis lágrimas con su dedos le dije que no lloraba, que solamente me dolían los ojos. Y nos reímos juntos. Me abrazó con ternura y el amor que sólo puede tener un padre y depositó en mi mano el gemelo de su camisa. Así es la vida y la muerte. Están unidas. Son una cadena como las dos partes de este gemelo. Así entonces vos y yo – separados en apariencia – juntos siempre por el amor que nos sentimos. Cada eslabón de esta cadena será más fuerte cada día así crecerás con fuerza y sin quebrarse hasta que volvamos a encontrar nos. Nada nos separa,todo nos une. Acarició mi rostro y mi pelo, pidió que lo mantuviera largo y besó mi frente.Lo vi los primeros días de Junio. Enfermé y llegó una madrugada a verme por unos segundos. Después vería a un padre dormido con su mejor sonrisa. Sus verdugos no pudieron apagar con su martirio su serena belleza varonil.
Por Graciela Zanetta